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El bocadillo que no cierra

07-07-2020


El bocadillo que no cierra

Confieso que desde pequeño me han interesado las historias. Recuerdo vagamente aquellas que mi abuelo me contaba mientras ambos disfrutábamos de un té rojo con una buena rodaja de limón. Aquellas tardes de verano, al compás del vaivén de unas mecedoras, escuchaba cantar a mi tía coplas o pasodobles de su juventud. A día de hoy, sigue recordándome cómo le insistía…, pero ya no canta y ya no somos tantos para escuchar. Recuerdo la infancia de mi abuela casi tan bien como la mía, era mi pasatiempo. Añoro las historias de la huerta y cómo era la vida en el Elche de los años sesenta.


Recuerdo que por primera vez escuché qué era un bocadillo de atún y polze. Así, atún y polze, medio en castellano medio en valenciano, como buena familia de la Vega Baja que se afinca en Elche. Me explicaron que este bocadillo lo servían en el bar Villalobos y que consistía en un bocadillo de atún de lata con tomate, incluso en algunas ocasiones con anchoas. ¿Qué tenía de especial? Pues que lo armaban con el dedo pulgar, metiendo tanto relleno como admitiese el pan. No soy fanático del atún, pero me llamó la atención el modo de preparación y el entusiasmo de mis familiares al recordarlo.


Años más tarde, dando una vuelta por el centro con mi padre, me sugirió ir a almorzar a algún bar cercano. Yo, que siempre he sido un apasionado de los almuerzos, afirmé sin rechistar. Fue entonces cuando vi por primera vez el letrero. Menuda sorpresa, ni siquiera sabía que seguía abierto. Casa Villalobos. Tradición desde 1932. Lo primero que pensé fue en todo lo que habría cambiado aquel negocio durante estos años. Este pensamiento duró lo que se tarda en cruzar el umbral. Como dice la expresión: sota, caballo y rey. Una lista de bocadillos en una pizarra, encurtidos servidos en un cartucho de papel de estraza y alguna bolsa de patatas fritas.


Pero ese era uno de los secretos de este antiguo establecimiento. Acercarnos a ese mostrador, repasar esa carta de bocadillos saltándome los de atún, aunque me crucifiquen por ello, recoger un cartucho de olivas y sentarnos en las sillas y mesas de railite o formica a pegar el primer bocado. Todo como ha sido siempre, el mismo ritual, como mi padre lo recordaba, como un viaje al pasado. Me marche con ese sabor de boca, y no debido al copioso almuerzo, que te queda al descubrir un lugar único.


Dos años después inicié mi andadura en el Museo Escolar de Pusol, donde se recopila gran parte de la historia contemporánea de la ciudad. Comenzó a despertar, más si cabe, mi interés por la historia local y el pasado cercano. Empaparme de fotos, de textos, llevar a cabo montajes de exposiciones en la ciudad, algún que otro almuerzo en el Villalobos…  


Pero despiertas una mañana y lees en la prensa que el Villalobos cierra sus puertas. No lo puedes creer. Ya has tenido esta sensación anteriormente con el Cine Rex de Murcia y o el bar El Penicilino de Valladolid. Pero en estos casos parece que ambos continuaran su actividad tarde o temprano. Pero no es el caso del Villalobos, que ve como su dueño, Vicente Villalobos, llegada la edad de su jubilación, agacha la persiana del bar tras 88 años de historia.


Es una pérdida para la ciudad y para sus visitantes no poder disfrutar nunca más de sus almuerzos. No obstante, el Museo Escolar de Pusol ha iniciado una serie de proyectos junto con su último propietario para perpetuar su memoria.


Autor: Borja Guilló, técnico del Museo Escolar.

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